Pensando lo impensable
Dan ganas de escribirlo así: “Muchos años después, frente a la cúpula de Miguel Ángel que corona la basílica de San Pedro en el Vaticano, el funcionario Agustín Galán habría de recuperar su vieja vocación por la filosofía”. Sin lenguaje macondiano: en el último tramo de una larga dedicación a la función pública, Agustín Galán se metió en el gozoso jardín de Epicuro, estudiando las “interrogaciones que a todos conciernen”, que es como Víctor Gómez Pin define a la filosofía. El resultado, un par de libros y un tercero en marcha sobre la realidad y nuestras posibilidades de aprehenderla.
Permítame decírselo así: ¿qué hace un señor como usted metido en asuntos como estos?
Es una inclinación natural a la filosofía y las preguntas de la vida, como dice Savater, desde la adolescencia. De joven, estuve muy interesado en Unamuno, que me abrió el camino al mundo del pensamiento. Es una inquietud en mí de toda la vida, que he cultivado de una manera pobre porque la vida me ha llevado por otros lados; hasta que he tenido una situación propicia para hacer unas lecturas más profundas y reposadas.
La habitación propia, que decía Virginia Woolf, o una situación como la que tuvo Descartes.
Sí; aparte de que siempre he encontrado tiempo para volver a la filosofía, una estancia de varios años en Roma me ha proporcionado el tiempo necesario para dedicarme de un modo continuado. Pero, frente al camino de Descartes, que fue el de la introspección a partir de la soledad, yo he seguido el método de Karl Popper, que es el de ver también qué han dicho otros sobre lo mismo que yo estoy pensando. Porque, al fin y al cabo, el pensamiento es siempre comparar ideas de unos y otros. Ese camino me parece más seguro para encontrar algo de luz que la introspección pura y dura. Entre otros descubrimientos, he tenido el placer de descubrir a Ortega, ejemplo de racionalidad andante.
Reivindiquemos la condición de amateur (amador).
Aparte de hacer las cosas por gusto, está el hacerlas sin esquemas académicos previos ni obligaciones. La posición del amateur es más libre, más fresca. Schopenhauer dice que, como no es profesor de filosofía, no tiene necesidad de hacer reverencias a la estupidez. Yo no quiero ser tan soberbio, pero en eso hay algo de verdad. El rigor de la academia a veces impide la frescura del pensamiento. Los filósofos suelen escribir para filósofos; yo, como no lo soy, he escrito para mí mismo y para gente como yo.
Universo impensable, titula su segundo libro; pero no hacemos otra cosa que pensarlo.
El libro está estructurado en diez grandes paradojas, y la tesis fundamental es que la vida es una gran paradoja. Empezando por el hecho de que, como muestra Platón (y ese es, según Ortega el origen de la filosofía), las apariencias no se corresponden con la realidad. Ese reconocimiento original de la ignorancia tiene otro pilar fundamental en Sócrates y su famoso “solo sé que no sé nada”. Mi discurso es que la modernidad ha vuelto a esas ideas socráticas y platónicas de que la realidad va más allá de lo que percibimos con nuestra sensibilidad. Sobre el oxímoron de sabia ignorancia se analizan todos los demás (totalidad inexistente, unidad dividida, espíritu material, eternidad instantánea…), teniendo en cuenta a Kant, que sienta las bases de la posibilidad de un pensamiento metafísico. Kant concluye que nuestra razón no da razón de la realidad; está hecha para ver las cosas con perspectiva y de modo concreto. Su conclusión es que es nuestra sensibilidad la que nos da una idea del mundo. Pero el noúmeno, la cosa en sí, es impensable.
Su libro, dice, es una lectura de la filosofía clásica a la luz de lo que la física moderna nos está descubriendo. Nada menos.
Este libro es la continuación de otro anterior, cuyo título, La última pieza del universo, apunta a que no existe tal última pieza, que es un concepto de nuestra sensibilidad. Las teorías de la física moderna muestran que la observación altera la realidad y, por tanto, no podemos tener la visión simultánea de la posición y la velocidad de la partícula; es todo un proceso. La vida sería casi una onda o un conjunto de ondas. Ese libro me sentó las bases para poder verlo luego desde la perspectiva de la filosofía. Una vez concluido el análisis de los límites de la ciencia (el principio de incertidumbre y la singularidad anterior al Big Bang), me ha picado la curiosidad de ver cómo la filosofía actual tenía en cuenta ese mundo de la física moderna. De alguna forma, hay una confluencia del pensamiento filosófico moderno con la ciencia, que tiene que ver con una visión menos dogmática y más tolerante de la vida y el universo.
Una conclusión: la verdad es provisional, solo la duda es permanente.
Ahí hay un discurso sobre que el hombre es, sobre todo, un ser ignorante, que se define más por su ignorancia que por su sabiduría. Saberlo todo equivaldría a la destrucción de la libertad, mientras que ignorancia y libertad van de la mano. Nuestra esencia es ser ignorantes y somos los únicos seres ignorantes, los otros saben todo lo que necesitan. Lo esencial del ser humano es hacerse preguntas. Para mí, lo que nos hace libres no es la verdad, sino la ignorancia; la verdad te aprisiona en lo conocido.
Interrogación (¿) y asombro (¡); todo se resume en eso.
Es Cioran el autor del signo de exclamación (¡); yo añado el de interrogación (¿), que, probablemente, va implícito en el anterior. Ortega viene a decir que la filosofía es un juego, que no podemos enfrentarnos a la realidad con la vana pretensión de hallar una explicación total, sino como un deportista que se enfrenta a una serie de obstáculos que no tienen fin. Ese es el espíritu jovial de la filosofía.
Mete en un mismo saco de irracionalismo a pesos pesados como Hegel, Schopenhauer o Nietzsche.
Son filósofos que, en lugar de plantear la duda, como Kant o Popper, intentan dar una explicación completa de la realidad, aunque sea desde la intuición. Los filósofos más interesantes son los que no tienen un sistema, como dice Ortega. En Schopenhauer, el principio de razón queda suspendido en su filosofía. Schopenhauer es irracional en tanto que plantea que conocemos con una voluntad que es anterior a la percepción. Kant, Ortega, Popper o Russell están más en la línea de lo que yo siento; yo creo en la duda, pero todo el análisis de los otros tiene un gran valor.
“Al reírnos, de alguna forma comprendemos el mundo”.
Esa es, precisamente, una idea de Schopenhauer. De algún modo la risa refleja la reacción del hombre ante la contradicción permanente que es la vida, de que sean verdad a la vez las tesis y las antítesis de Kant. Y al ser una manifestación humana ante la incongruencia y el absurdo, al reírnos recuperamos nuestra humanidad; y de ese modo comprendemos el mundo, lo asumimos, simpatizamos con él.
Otra conclusión: somos parte de una existencia permanentemente creativa.
Mi idea es que, puestos a definir la esencia del mundo, más que en la voluntad o en la conciencia, yo la encontraría en la creatividad. En el sentido de que la esencia de la realidad parece ser siempre el surgimiento de lo nuevo, de lo inesperado, de lo mejor, como pensaba Leibniz. La tensión entre las posibilidades siempre es creativ

El pensamiento es siempre comparar ideas de unos y otros
En el Estado
Agustín Galán (1953) pertenece al Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado. Dirigió esta Revista de MUFACE en los años ochenta, y ha sido consejero de prensa en las embajadas de España en México, Rusia, Naciones Unidas, Unión Europea e Italia. Su experiencia funcionarial le ha dado, afirma, “la independencia para pensar y vivir la vida de una manera ética”. “La Administración en España y en cualquier país –añade– es un fundamento esencial del sistema democrático y de la solidaridad social”.
Ha escrito poesía y está trabajando en una novela. A sus dos libros de ensayo añadirá el que constituirá su tesis doctoral (La modernidad ignorante), otra vuelta de tuerca a los límites del conocimiento que completará una trilogía sobre el asunto. Hacer la tesis a una edad que puede calificarse de tardía es una muestra de vitalidad intelectual que cuenta con antecedentes ilustres. Por poner un ejemplo que nos viene a la cabeza, el gran periodista Manuel Calvo Hernando, pionero del periodismo científico en España, la escribió frisando ya los 80 años. Tanto La última pieza del universo como Universo impensable están disponibles en Amazon.comen versión digital e impresa.
La esencia de la realidad parece ser siempre el surgimiento de lo nuevo, de lo inesperado. La tensión entre las posibilidades siempre es creativa


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