1/ ¿ Desglobalización?
2/ ¿Cambio en nuestros sistemas políticos y en nuestra formas de vivir?
3/ ¿ Cambio de mentalidad y de paradigmas ideológicos?
Ortega y Gasset nos alertaba que basamos nuestra existencia en creencias infra intelectuales, como que la calle estará ahí cuando salgamos por la puerta como siempre sucedió antes. «La máxima eficacia sobre nuestro comportamiento- escribía Ortega- reside en las implicaciones latentes de nuestra actividad intelectual, en todo aquello con que contamos y en que, de puro contar con ello, no pensamos… De forma que si de pronto desapareciera la calle cualquier persona se llevaría una sorpresa mayúscula. Esta sorpresa -subraya Ortega- pone de manifiesto hasta qué punto la existencia de la calle actuaba en su estado anterior, es decir, hasta qué punto el lector contaba con la calle aunque no pensaba en ella y precisamente porque no pensaba en ella» (Ortega y Gasset, 1959).
Con la pandemia global del coronavirus el uso de la calle, algo tan natural que, por supuesto, todos dábamos por descontado, al igual que muchos otros usos sociales, de repente ha dejado de ser posible, al menos, por un tiempo. Un desarrollo sorprendente de las consecuencias de nuestras acciones, un CAD (Consequential Amazing Devolpment) en la terminología de Devjani Roy y Richard Zeckhause, -esta vez de proporciones gigantescas- nos ha golpeado (Kuhlicke, 2015, pág. 239). “La mayor sorpresa puede suceder exactamente cuando sucede lo que nos dijeron que iba a suceder”- escribe Slavoj Zizek(2020). La cuestión obvia -se plantea este filosofo esloveno- es la siguiente : “¿ por qué no creíamos, en realidad, que sucedería?” cuando virólogos y epidemiólogos lo habían anunciado, cuando personajes tan influyentes como Bill Gates lo habían situado como el mayor peligro al que nos enfrentaríamos en el futuro, mayor aún que el que representan las armas nucleares. En el momento de escribir estas líneas la imprevista expansión global del nuevo coronavirus avanza de forma inexorable. Casi tres millones de personas de más de 180 países del mundo han sido ya diagnosticadas de covid-19 y más de 200.000 han perdido la vida. La pandemia constituye un fenómeno global, que puede tener consecuencias transcendentes en el modelo de globalización y en diferentes características de la civilización moderna, cuyos aspectos cognitivos he venido analizando en este libro.
La sociedad del riesgo (Beck, 1988) o sociedad de la ignorancia se enfrenta con esta crisis a la emergencia de una inseguridad global que ,aunque guarda paralelismos con efectos ya citados de fenómenos anteriores del mismo tipo, como la emergencia del terrorismo internacional (especialmente a partir del atentando de las Torres Gemelas o la crisis del euro, que siguió a la caída de Lehman Brothers), puede tener una relevancia aún mayor y llegar incluso a ser transformativa (Ortega, 2020), tanto para nuestras vidas cotidianas como para la gestión de los asuntos globales y de la propia democracia. La percepción del riesgo y el sentimiento de inseguridad, así como la correlativa necesidad de confianza para poder convivir con ambos, se relacionan con la conciencia de la modernidad de ignorar aspectos centrales de procesos que afectan a nuestra vida personal y colectiva. Esta es muy claramente una de las conclusiones fundamentales expuestas en este texto y que la actual pandemia viene a corroborar.
Como ha señalado Ivan Krastev (2020) “estamos viviendo días extraños. No sabemos cuándo terminará la pandemia de Covid-19; no sabemos cómo terminará; y, en la actualidad, solo podemos especular sobre su impacto político y económico a largo plazo”; no obstante, creo oportuno añadir (aunque sea esquemáticamente y centrándome más en las nuevas preguntas que se suscitan que en posibles respuestas de las qué aún carecemos) una última reflexión sobre nuestra Modernidad Ignorante para completar las conclusiones acerca de los aspectos cognitivos de la globalización y de la modernidad (el papel de la ignorancia en las sociedades actuales). Intento con ello, únicamente, ofrecer unos primeros trazos sobre en qué medida los efectos de esta pandemia global pueden afectar a las tendencias que he venido señalando a lo largo de estas páginas; y, basándome en los algunos de los análisis que hasta ahora se han hecho, tratar de describir los retos y las preguntas que se nos plantean, que, como se ha subrayado ya, muchas veces son más interesantes incluso que las propias respuestas.
Al dar cuenta de su ejecutoria en la lucha contra la pandemia, – escribía Juan Luis Cebrián (2020) – “ el ministro de Sanidad, filósofo de formación, bien podría recordar la máxima socrática del “solo sé que no sé nada”. “En realidad casi nadie sabe nada de este coronavirus, -añadía- sobre el que quizá algún día conoceremos al menos su origen, ya que está claro que su fin no es cercano. La memoria de Sócrates sobre su propia ignorancia le ayudaría a don Salvador Illa a reconocer sus errores sin necesidad de endosárselos a los demás en nombre de la evidencia científica, concepto atribuido a Kant y que ya fue discutido por Wittgenstein”. Ese es el estado de la cuestión, una ignorancia que, como el virus, parece no distinguir entre científicos, políticos, sociólogos, y gente común y corriente.
Sentada esta premisa, son tres, no obstante, las preguntas genéricas, que en relación con los procesos de globalización y modernización, y con sus consecuencias en los modelos cognitivos y en nuestra ignorancia, creo que suscita la pandemia del coronavirus y su impacto global:
1/ ¿Supondrá el fin de la globalización, la desglobalización? ¿Implicará un mayor control de nuestras vidas y de nuestros entornos, y una desescalación de la ignorancia desde marcos globales a entornos locales?
2/ ¿Qué tipo de cambios puede originar en nuestros sistemas socio-políticos y en nuestras formas de vida? ¿Se incrementará o aumentará el conocimiento o la ignorancia de los ciudadanos sobre la gobernanza global y estatal? ¿ qué sucederá con la información de que disponen los gobernantes acerca de las vidas privadas de los ciudadanos?
3/ ¿Alumbrará un cambio de mentalidad y el surgimiento de nuevos paradigmas ideológicos? ¿ Se reforzará el final de la idea de progreso o surgirán nuevas teleologías históricas? ¿Aumentará o disminuirá la confianza social e internacional y la sensación de riesgo?
1.- ¿ DESGLOBALIZACIÓN?
Un proceso contradictorio de globalización/desglobalización: la disminución de las interconexión de las mercancías y el crecimiento de la conexión de las comunicaciones y de las ideas
En el mundo postcoronavirus es posible que se produzca, al mismo tiempo, un proceso contradictorio de globalización y desglobalización; es decir, la coexistencia, por una parte, de una disminución de la interconexión global de las mercancías y de su producción lejana; y ,en cierta medida, también de los flujos de personas (turistas, artistas, deportistas y emigrantes), propiciada, entre otras causas, por la contracción del sector aéreo y turístico, y por los efectos más generales y a medio plazo del actual cierre de fronteras, restricciones que pueden marcar una tendencia para el futuro. La gente viajará menos y es posible que las fronteras duras se conviertan “en un rasgo duradero del paisaje mundial” (Gray, 2020).
Para Ivan Krasteve (2020) “ya está claro que se trata de un virus anti-globalización, y que la catástrofe culpará a la apertura de fronteras y la mezcla de pueblos. …la crisis del coronavirus ha justificado los temores de los antiglobalistas: los aeropuertos cerrados y los individuos autoaislados parecen ser la zona cero de la globalización”. “Es irónico- subraya Krasteve- que la mejor manera de contener la crisis de las sociedades individualistas sea la de pedirle a la gente que se amurallare en su apartamento. El distanciamiento social se ha convertido en el nuevo nombre de la solidaridad”.
Por otra parte, en un sentido opuesto al anterior, es posible también que se produzca un incremento (a través de la red de internet) de las comunicaciones digitales y de las ideas, de forma que nos encaminaríamos, de ser así, hacia “una globalización reducida (desglobalización), menos centrada en cadenas de suministros físicos y más digital” (Ortega, 2020). A favor de esta segunda tendencia hay que anotar que, como consecuencia de la actual crisis, estamos asistiendo a la producción y consumo de un mayor volumen de noticias y análisis internacionales; de oportunidades de ocio y cultura, de reacciones de todo tipo, transmitidas por medios digitales; lo que, es muy probable que conduzca a una demanda de mejora de la infraestructura necesaria para el uso de Internet, en un contexto en el que el actual confinamiento puede llevar a un aumento del teletrabajo y no solo del teleconsumo .
Se trata de un proceso que está teniendo lugar junto a una mayor cooperación e intercambios científicos a nivel internacional, específicamente en lo que se refiere a las ciencias médicas(vacunas o tratamientos médicos, pandemias ), pero también en otros, como el relacionado con el cambio climático o con el análisis de las ciencias sociales del impacto y exploración de respuestas a esta pandemia en los ámbitos económico, político o social (Olivié & Gracia, 2020) ,incluyendo artículos tan sesudos como éste. Por otra parte, a favor de la idea de una mayor globalización intelectual se puede argüir que las plataformas digitales que ofrecen contenidos de todo tipo (culturales, artísticos ,técnicos, científicos, ideológicos) no serán afectadas por el cierre de fronteras y ,en cambio, se beneficiarán de este mayor consumo de tele-trabajo, tele-información y tele-documentación.
Lo que, en todo caso, habría que preguntarse, a los efectos del objeto de este libro – la ignorancia-, es como afectará este aumento de las transacciones digitales y comunicacionales al crecimiento exponencial del conocimiento y de su especialización, a la fragmentación de las audiencias y a la llamada infoxicación -intoxicación por exceso de información (Cornella, 2000)- ¿Se incrementará al mismo ritmo el conocimiento y la ignorancia (el descontrol y la incertidumbre) almacenadas en la red? ¿ Como puede afectar esta aceleración del crecimiento exponencial de informaciones en la red, a su superficialidad e instantaneidad, al carácter icónico y emotivo de las mismas; y, en consecuencia, al aumento o disminución de la ignorancia? La primera impresión es que el proceso actual acelerará igualmente ambas tendencias, la explosión de conocimiento y de ignorancia; pero también puede suceder que la inmersión en el mundo digital lleve a las sociedades a desarrollar más rápidamente las regulaciones sociales y legales necesarias, así como los filtros inteligentes, que separen las noticias falsas de las verdaderas, los conocimientos útiles de los inútiles, los contenidos de calidad y los que carecen de ella.
La disminución global de las mercancías y del nivel de vida
Entre una de las conclusiones de este libro se apuntaba, asimismo, a la existencia de importantes dosis de desasosiego ante la transformación y circulación de mercancías, valores, saberes y relaciones sociales fluidas con una obsolescencia programada, que ha cambiado la identidad, la intimidad y la vida personal de la gente. Una transformación que tiene su origen en el crecimiento de un mundo artificial, lleno de mercancías (cajas negras ), cuya complejidad lo hace cada vez más desconocido; una autentica segunda naturaleza interpuesta entre el mundo natural y el hombre. La multiplicación de las mercancías y de los objetos disponibles en el mercado mundial y el desarrollo de la tecnología (ciencia más industrialismo), que ha conducido a una superespecialización de la producción, nos ha llevado a vivir en un mundo de especialistas y de consumidores ignorantes. Estamos rodeados de cajas negras, producidas casi automáticamente; y que, incluso los productores – consumidores ,a la vez , de las partes que integran sus productos- se limitan a ensamblar.
La ignorancia de los agentes sociales de la modernidad sería, de acuerdo con lo expuesto hasta ahora en estas páginas, una consecuencia de ese mundo artificial, que estamos interponiendo entre la naturaleza y nosotros; un mundo, cuya complejidad lo hace cada vez más inabarcable, más difícil de controlar de forma individual por las personas concretas. La pregunta inmediata sería entonces la de si el frenazo impulsado por la pandemia del coronavirus en el consumo conspicuo y en el número de mercancías internacionales, podría reflejarse en una reversión de esta tendencia; y tener como consecuencia un nuevo acercamiento del consumidor al productor; una aproximación, mediada ahora por las nuevas tecnologías, por la digitalización y la automatización, pero que tendría lugar en entornos locales en los que puede ser más fácil el control y el conocimiento de las cosas que nos rodean.
Los procesos de desglobalización de la producción de mercancías, de las migraciones y del turismo pueden llevar (impulsados por la experiencia colectiva de la gente de vivir durante semanas y meses sin consumo compulsivo, sin compras en las grandes superficies; y sin el recurso a medios de distracción masiva -futbol y otros espectáculos de masas-) a una disminución global de la oferta y de la demanda de estos objetos y servicios; y, por tanto, del número de productos del consumo global.
La consecuencia de ello podría ser el comienzo del final de lo que se ha entendido hasta ahora como nivel de vida (una disminución del Producto Interior Bruto mundial). Esta disminución del numero de objetos de consumo, del numero de cajas negras en la terminología de Bauman (2003), puede ser muy bien compatible con un incremento de la felicidad bruta mundial, y del proceso de digitalización; y, al mismo tiempo, de procesos de fragmentación de la vida cotidiana en espacios acotados por grupos de intereses sociales, culturales, técnicos (grupos organizados a través de la red ); así como de la producción de nuevos objetos y servicios virtuales, intelectuales, artísticos, ideológicos, a los que ya he hecho referencia.
En el aire queda la interrogación, ya comentada anteriormente en este libro, que Marcuse nos planteaba en los años sesenta del siglo pasado sobre lo que podría suceder con la mera supresión de todo tipo de anuncios y de todos los medios adoctrinadores de información y diversión si un buen día todo el mundo se quedara sin televisión. Marcuse nos planteaba en los años sesenta del siglo pasado si una situación irreal de este tipo podría sumergir al individuo en un vacío traumático en el que tendría la oportunidad de sorprenderse y de pensar, de conocerse a sí mismo y a su sociedad. «Privado de sus falsos padres, guías, amigos y representantes, -escribía- tendría que aprender su abecedario otra vez. Pero las palabras y frases que formaría podrían resultar muy diferentes y lo mismo sucedería con sus aspiraciones y temores». (Marcuse, 1993, pág. 274). Ese imaginario día sin televisión que le servía a Marcuse de ejemplo en los años sesenta se ha convertido en el 2020 en un gigantesco y global ejercicio mundial de aislamiento del ser humano respecto al consumo conspicuo y a las distracciones de masas, que puede tener consecuencias en la conducta futura de las sociedades.
Ivan Krastev (2020) ha argumentado en este sentido que la actual pandemia “hace visibles las estructuras latentes que de otra manera no serían evidentes”. Las epidemias- afirma “proporcionan un dispositivo de muestreo para el análisis social. Revelan lo que realmente le importa a una población y a quién valoran realmente. Cada epidemia conocida ha sido enmarcada y explicada no solo como una crisis de salud pública sino también como una crisis moral”.
Se ha señalado que parece que lo que nos sucede es que todos hemos sido enviados a nuestros cuartos para reflexionar sobre lo que estamos haciendo a nuestro planeta; “sin mencionar – escribe Matthew Stadlen (2020)- cómo nos tratamos a nosotros mismos y a las otras especies con las que lo compartimos. Estamos aprendiendo, como lo expresó un escritor, que solo somos tan saludables como nuestro vecino” ; y, por otra parte, se ha producido un hecho nuevo, a saber, que “las generaciones que nunca han experimentado las dificultades y los horrores de la guerra, de la noche a la mañana, han quedado repentina y salvajemente conmocionadas”.
Con la pandemia del coronavirus estamos en presencia de un experimento sociológico a escala global, como ha señalado Harari (2020 b)“estamos llevando a cabo inmensos experimentos sociales con centenares de millones de personas: industrias enteras han pasado a trabajar desde casa; universidades y escuelas han pasado a la enseñanza online; los gobiernos están inyectando billones en la economía y considerando aspectos como la renta básica universal”.
Con esta crisis parece desvanecerse, en cualquier caso, la perspectiva de un nivel de vida que aumente sin cesar y la ilusión de que esas cajas negras de las que habla Bauman sigan multiplicándose a escala global, no solamente por el recorte que pueden experimentar los salarios de trabajadores y empleados públicos y el incremento del desempleo, sino por la retracción de la demanda. “Se puede haber generado un cambio, una adaptación en el patrón hedonista. El gasto no estrictamente necesario, y desde luego el conspicuo, quedará reducido durante tiempo. Cambiarán las pautas de consumo durante un tiempo largo. Los mercados de consumo serán más nacionales”, escribe Ortega (2020).
Se producirán, por otra parte, menos objetos de consumo y se intercambiarán menos mercancías de manera global. Es previsible, por tanto, que se produzca, efectivamente, una disminución en el número de cosas con las que la civilización moderna ha rodeado la vida del hombre. La pregunta es si llevará este proceso a una mengua del número de objetos y, consiguientemente, a una disminución de nuestra ignorancia sobre sus características, su funcionamiento, su fiabilidad, su origen, su propiedad, su legitimidad, su necesidad. De nuevo aquí la impresión inicial es que una reducción del número de objetos implicará necesariamente un incremento del control y del conocimiento de los mismos, y una disminución de la ignorancia acerca de ellos, pero está por ver aún la extensión y las formas que puede adoptar esta transformación de la producción global de mercancías para poder evaluar su impacto.
Un proceso contradictorio de estatalización y cooperación/internacionalización
Otra de las conclusiones que se desprenden de la hipótesis de la Modernidad Ignorante es la de que hoy, en mayor medida que nunca antes, nos gobierna el sistema; una estructura, una dinámica, una sociedad inteligente en la que la información, el conocimiento y el poder se hayan dispersos, y que solo en cierta medida se encuentra desbocada (Giddens,2006); un sistema que estamos creando entre todos, un mundo en estructuración ,uno de cuyos rasgos lo constituye su dimensión global. ¿Qué consecuencias puede tener para ese proceso de estructuración la crisis de la pandemia del covid-19?
La actual globalización, entendida como remoción de las relaciones sociales de los contextos locales de interacción y su reestructuración a través del tiempo y el espacio, que hace que las personas organicen hoy sus vidas de acuerdo estructuras y procesos que desconoce, que ignora, que no le son cercanas, se ha confrontado durante la crisis del coronavirus con la conciencia repentina, por parte de muchos ciudadanos de Europa, de que aspectos fundamentales de su seguridad dependen de suministros lejanos y tal vez inalcanzables; de intermediarios desconocidos; de organizaciones empresariales y financieras fuera de su control. Es posible que, como reacción a esta situación, presenciemos en el futuro tendencias compatibles, aunque contradictorias, de estatalización y de internacionalización de determinados aspectos de nuestras vidas.
En opinión de John Gray en lo sucesivo no se tolerará, por ejemplo, una situación en la que una parte tan importante de los suministros médicos mundiales más necesarios se produzca en China o en cualquier otro país exclusivamente. “La producción en este y otros sectores delicados se devolverá a los territorios de los Estados por motivos de seguridad nacional. Los Gobiernos tendrán que incrementar considerablemente su respaldo a la investigación científica y a la innovación tecnológica” (Gray, 2020).
“El proceso de desglobalización ya estaba en curso y se ha acelerado con esta crisis- escribe también Andrés Ortega -. Ya se ha producido un colapso del comercio internacional que veremos cuándo se recupera. Empiezan a abundar las demandas de políticas de mayor control (soberanía) nacional (o al menos europeo en nuestro caso) de las cadenas de suministros, no sólo en materia de productos sanitarios sino de todo tipo de productos industriales. Hay tendencias que apuntan a un mayor nacionalismo y proteccionismo económico”(Ortega, 2020).
Olivie y Gracia han puesto de relieve también que “esta crisis incrementa la valoración del riesgo de dependencia geográfica respecto a China, lo que puede desarrollar estrategias de diversificación geográfica de proveedores, que puede no afectar negativamente al comercio en términos agregados, o puede incidir en una tendencia de relocalizaciones hacia países de origen y la consecuente reducción del volumen de intercambios comerciales” (Olivié & Gracia, 2020).
Esta renacionalización de industrias y producciones esenciales para la supervivencia coexistirá muy probablemente con tendencias sociales divergentes. El impacto en el mundo de la pandemia del coronavirus puede dar lugar a que, junto a estos procesos de estatalización y renacionalización de competencias y de producción de mercancías y servicios en los ámbitos estatales, se produzcan consistentemente y, al mismo tiempo, nuevos esfuerzos de cooperación internacional en campos que vayan más allá del estrictamente sanitario; modificaciones, por ejemplo, que guarden relación con las consecuencias económicas y sociales de esta crisis (reestructuración del sistema financiero internacional).
Como señala John Gray, con esta crisis “vuelven a emerger otras fuentes de autoridad y legitimidad. El Estado nacional se está reafirmando como la fuerza más poderosa para conducir la acción a gran escala. Enfrentarse al virus exige un esfuerzo colectivo que no se movilizará por el bien de la humanidad” (Gray, 2020), pues parece estar claro que los problemas mundiales – como subraya Yuval Noah Harari (2020)- “no siempre tienen soluciones mundiales”.
Sin embargo, el propio Harari reconoce que las divisiones geopolíticas excluyen por ahora “cualquier cosa que pueda guardar algún parecido con un Gobierno mundial y, si existiese, los Estados actuales competirían por controlarlo”. Es verdad que “no podemos protegernos cerrando de forma permanente nuestras fronteras” porque las epidemias “se propagaban con rapidez ya en la Edad Media, mucho antes de la era de la globalización”, que “el aislacionismo a largo plazo provocará un derrumbe económico y no proporcionará ninguna protección genuina contra las enfermedades infecciosas” (Harari, 2020), y que a largo plazo necesitamos “mecanismos de gobernanza global para hacer el mundo más resistente a amenazas sistémicas”, aunque no haya “ninguna garantía de ello” (Ortega, 2020). Lo que subyace, sin embargo, en todas estas propuestas son buenos propósitos y muy razonables, pero que se mueven, sin duda, en el ámbito de lo prescriptivo y no de lo descriptivo, o de una prognosis suficientemente fundamentada.
A favor de la idea de que la cooperación internacional se impondrá sobre las tendencias renacionalizadoras se puede argüir que la protección contra las pandemias no requiere el ejercicio del poder sobre otros estados, sino con otros estados. La salud pública no es un activo privado, colectivo o de club, sino un activo de red y ,como señalan Carreiras y Malamud “los bienes de red son precisamente “aquellos cuya utilidad aumenta con su difusión: cuantos más usuarios los tengan, mejor para todos” (Carreiras, Helena; Malamud, Andrés, 2020). Es probable, por tanto, que esta tendencia objetiva lleve a preservar la solidaridad y la internacionalización de los bienes públicos relacionados con la salud. ”Las necesidades del futuro- escriben estos autores- incluyen mejores capacidades estatales, menos nacionalismo y una cooperación internacional más funcional: científica, sanitaria y financiera. Y, con suerte, más democracia”, pero ellos mismos también reconocen que “esto ya es un juicio normativo” (Carreiras, Helena; Malamud, Andrés, 2020).
La ex secretario de Estado norteamericana, Madaleine Albright ha señalado ,abundando también en la expresión de estos deseos bienintencionados, que “hay algo infantil en la creencia de que, en nuestra era, uno puede estar a salvo detrás de una pared, un foso o incluso un océano. Las principales amenazas que enfrentamos, incluso más allá de las enfermedades pandémicas, no respetan los límites. Incluyen gobiernos corruptos, terroristas, guerras cibernéticas, propagación incontrolada de armas avanzadas, redes criminales multinacionales y catástrofes ambientales. Estos peligros no pueden ser derrotados por ningún país que actúe solo, y para cualquier país sería una tontería intentarlo” (Albright, 2020). El problema es que la tontería es un virus que la humanidad aún no ha conseguido erradicar.
Por otra parte, en las tendencias hacia la internacionalización o la renacionalización jugará un papel esencial la nueva concepción de la defensa nacional, que a partir de ahora incluirá con mayor rigor los aspectos relacionados con la seguridad sanitaria y alimentaria y la ciberseguridad. Carreiras y Malamud han distinguido a este respecto entre la alta política que se refiere a la supervivencia y la seguridad de los Estados y la baja política que se refiere a todo lo demás (como comercio o cultura) . En su opinión “la pandemia ha convertido la salud pública en un área de la alta política.” (Carreiras, Helena; Malamud, Andrés, 2020). Y lo mismo puede suceder con otros sectores de la economía, como la agricultura necesaria para la supervivencia y la autosuficiencia. Los sectores básicos de la vida pasarán a ser centrales en la gestión pública.
Por otra parte, parece indudable que a nivel estatal asistiremos a un reforzamiento de los sistemas de seguridad nacional que incluirán cada vez más las tareas asociadas a la seguridad sanitaria y alimentaria y a la ciberseguridad. “Si acabamos aceptando los límites del crecimiento,-escribe John Gray- será porque los Gobiernos hagan de la protección de sus ciudadanos su objetivo más importante”. “Sean democráticos o autoritarios, los Estados que no pasen esta prueba hobbesiana fracasarán” (Gray, 2020). La renovada dependencia en la vida –económica y social– online, – escribe en este mismo sentido Andrés Ortega- va a llevar a dar una mayor importancia a la ciberseguridad en todos los países y también, debido a la posibilidad de ataques biológicos y bioterrorismo a la necesidad de defensas frente a ellos (Ortega, 2020). Olivie y Gracia han señalado en este sentido la posibilidad de expansión de las funciones internacionales de las fuerzas armadas. Aunque los datos de presencia global elaborados periódicamente por el Real Instituto Elcano indican que “en principio no cabe esperar un vínculo directo entre la crisis del coronavirus y la dimensión militar”, “el ejército ha adquirido un importante papel en la gestión de la crisis sanitaria en la práctica totalidad de países” y “no es descartable que en un futuro se puedan llegar a poner en marcha misiones internacionales orientadas a gestionar recrudecimientos puntuales de la emergencia sanitaria en países concretos y particularmente en desarrollo” (Olivié & Gracia, 2020). La transformación de las formas de acción estatal está, por tanto, a la orden del día.
En cualquier caso, la cuestión es que los procesos de renacionalización de sectores básicos de la vida tienen que ver más con la vuelta a sociedades estatales que a sociedades nacionales; está en juego más la eficiencia y el control que la pertenencia étnica o nacional. La renacionalización de producirse será más bien una re-estatalización a favor de estructuras sociales cohesionadas y performativas. “Se va a plantear, de un modo general-escribe Andrés Ortega- un cuestionamiento del modo en que funcionan los Estados. En España se puede plantear una crisis del sistema autonómico que, en este caso sanitario, ha puesto de manifiesto algunos malfuncionamientos debido a un reparto de competencias en el que el gobierno central no podía saber de qué medios sanitarios disponían las Comunidades, responsables de ellos, ni imponer criterios hasta la declaración del estado de alarma” (Ortega, 2020).
“La pandemia ha fortalecido el poder de los Estados al tiempo que aumenta su interdependencia. ¿Cómo puedes ser más fuerte y más dependiente al mismo tiempo?” – se preguntan Carreiras y Malamud- El efecto paradójico de la pandemia es, en efecto, el de que, aunque superarla requiere cooperación internacional, su combate inmediato incita al aislamiento nacional, pero, como he señalado antes, el regreso del Estado no implica necesariamente el regreso del nacionalismo. “El Estado es un instrumento (de acción colectiva), la nación es un sentimiento (de pertenencia colectiva)” (Carreiras, Helena; Malamud, Andrés, 2020). Lo que si es posible que se fortalezca, junto a la idea de pertenencia a una sociedad estatal, son los vínculos fuertes de vecindad con los territorios que se sienten como propios.” El coronavirus – escribe en este sentido Ivan Krastev (2020) fortalecerá el nacionalismo, aunque no el nacionalismo étnico, sino un tipo de nacionalismo territorial. En los informes de televisión y en los anuncios de los gobiernos se puede ver que los co-nacionales que viajan desde áreas infectadas por el corona-virus son tan poco bienvenidos como cualquier extranjero”.
No volveremos, por tanto, ni a las tribus ni a las naciones pre-modernas, pero en estas tendencias contradictorias entre estatalización e internacionalización ¿cuál de ellas se impondrá?, y, sobre todo, ¿cómo afectará a la percepción de los ciudadanos sobre el control político de las instituciones; sobre el conocimiento de los mecanismos del poder y sobre la información que las instituciones estatales o internacionales tendrán sobre los individuos? ¿Cómo afectará la militarización de la salud pública a la disponibilidad y control de datos esenciales de carácter biométrico sobre los ciudadanos? ¿Se incrementará de nuevo el control de los ciudadanos y su conocimiento o el de las instituciones y los nuevos poderes? Se trata, sin duda, de interrogaciones a las que es difícil responder en este momento, pero nuevamente aquí la impresión es que la devolución de competencias a entornos eficientes desde un punto de vista social no tiene porque ser incompatible con un modelo mejorado de globalización; y puede, en cambio, incrementar el conocimiento y el control de los ciudadanos sobre los gobernantes, más que la ignorancia y el descontrol.
Los cambios en la geopolítica y el sistema financiero internacional
Entre las conclusiones más reiteradas a lo largo de este libro se encuentra la de que “no sabemos quienes nos gobiernan ni la información que tienen sobre nosotros los que nos gobiernan”; y también la de que la ignorancia no es patrimonio exclusivo de los gobernados sino de los gobernantes en contextos de complejidad creciente y de una explosión de los datos y de la información. “El mensaje de nosotros, los súbditos, para el poder del Estado- escribe a propósito de esta idea y de lo sucedido con el coronavirus, Slavoj Zizek (2020) – es el siguiente: seguimos sus órdenes voluntariamente, pero estas son sus órdenes y no hay garantía de que nuestra obediencia a ellas garantice un resultado positivo. El poder del Estado está en pánico, porque sabe no solo que no controla la situación, sino que también sabe que nosotros, sus súbditos, lo sabemos: se revela la impotencia del poder”, su ignorancia, lo que es decir, también la impotencia de una modernidad ignorante consciente del descontrol tanto en el ámbito de la geopolítica como de la geo economía, lo cual, como ya se ha señalado en estas páginas, está teniendo como consecuencia una crisis de las democracias representativas.
Junto a la existencia de esta crisis, se ha puesto de relieve también como la ignorancia generalizada sobre las reglas de funcionamiento de la compleja estructura financiera de la globalización constituye otra característica de nuestra época. Los productores y consumidores de mercancías desconocen hoy, en gran medida, los mecanismos del mercado y están expuestos a sus crisis periódicas. La digitalización de la economía no ha impedido estas turbulencias ni tampoco las guerras económicas.Esta pandemia del coronavirus – escriben Olivie y Gracia- irrumpe precisamente “en un momento en el que parte de la comunidad internacional cuestiona los pilares sobre los que se venía sosteniendo el mundo desde el fin de la II Guerra Mundial, y particularmente, su gobernanza multilateral o el sentido y la existencia misma de la UE. En definitiva, se trata de una crisis sanitaria de naturaleza irremediablemente global que estalla en un contexto de auge de identidades nacionales” (Olivié & Gracia, 2020) y de un desconcierto geopolítico, que hace difícil entender quién ejerce el poder y con qué objetivos.
Todo lo expuesto anteriormente lleva, por tanto, a plantear si no estaremos, con la actual crisis, ante la emergencia de un cambio geopolítico en profundidad, que puede acelerar el proceso de sustitución de EE.UU y de la UE por China y otros países de Asia como centros dirigentes del proceso de globalización y modernización; o, si, por el contrario, nos encontraríamos ante otro escenario; frente un incremento de la dispersión y de la ingobernabilidad del sistema mundial; es decir, de la ignorancia sobre las tendencias que finalmente prevalecerán en el nuevo orden mundial.
Parece evidente que el papel dirigente de EE.UU, que venía ya debilitándose por la acción combinada de la emergencia de China y la decadencia en el liderazgo americano (que puede observarse, entre otros síntomas, en el deterioro de su sistema político) puede acentuarse con la actual crisis. Como ha escrito Harari la confianza en el Gobierno estadounidense actual se ha venido abajo porque “¿quien seguiría a un jefe cuyo lema es “Yo el primero”?- (Harari, 2020). Paul Krugman ,nobel de economía, avisaba en este mismo sentido, desde el New York Times (2020), que “la democracia americana puede estar muriendo”. En su opinión, la economía podrá finalmente recuperarse, pero la democracia una vez perdida “no volverá jamás”.
Pero esta desconfianza en Occidente no es privativa de los Estados Unidos, también se puede observar en el proyecto europeo, que con el Brexit y el auge de los nacionalismos se encuentra en una fase crítica “El poner a su país first se impondrá, aunque sea sin Trump, por lo menos en el corto plazo” opina Andrés Ortega, analizando las expectativas en Norteamérica tras las elecciones presidenciales de este año, y se pregunta con razón si sucederá lo mismo en la UE: “¿Será en Europa Europe first y no los Estados miembros?” (Ortega, 2020). En cualquier caso, en relación con estas disyuntivas, no parece difícil coincidir con la opinión de Harari de que “el vacío dejado por Estados Unidos no lo ha llenado por ahora nadie. La xenofobia, el aislacionismo y la desconfianza son hoy las principales características del sistema internacional” (Harari, 2020).
Tampoco parecen muy halagüeñas las perspectivas del capitalismo salvaje que ve Zizek (2020) como resultado más probable de la actual epidemia. En su opinión el que prevalecerá será “un nuevo capitalismo bárbaro: muchos ancianos y débiles serán sacrificados y abandonados para morir, los trabajadores tendrán que aceptar un nivel de vida mucho más bajo, el control digital de nuestras vidas seguirá siendo una característica permanente, las distinciones de clase se convertirán (mucho más que ahora) en una cuestión de vida o muerte …”
Otra línea de interpretación de lo que sucede ,coincidente con la anterior (la debilidad de Occidente), viene a subrayar que la preeminencia de Oriente sobre Occidente se basará ,sobre todo, en el hecho de que sus culturas priman lo colectivo sobre lo individual. “Hasta ahora – escribe Gray- los países que han dado una respuesta más eficaz a la epidemia han sido Taiwán, Corea del Sur y Singapur. Cuesta pensar que sus tradiciones culturales, que otorgan más importancia al bienestar colectivo que a la autonomía personal, no hayan desempeñado un papel en sus buenos resultados” (Gray, 2020). Esta misma idea es expresada por Andrés Ortega para quien se puede producir una aceleración del proceso de desoccidentalización que ya estaba en curso, y se pregunta “si nos volveremos más asiáticos en general, más comunitaristas, menos individualistas?” (Ortega, 2020). “Desafortunadamente- escribe Ivan Krastev, dando una razón adicional para la posible preeminencia de China- el coronavirus podría aumentar el atractivo del tipo de autoritarismo de big data empleado por el gobierno chino. Se puede culpar a los líderes chinos por la falta de transparencia que los hizo reaccionar lentamente a la propagación del virus en diciembre de 2019, pero la eficiencia de su respuesta y la capacidad del Estado chino para controlar el movimiento y el comportamiento de las personas ha sido impresionante. En la crisis actual, los ciudadanos comparan constantemente las respuestas y la efectividad de sus gobiernos con las de otros gobiernos. Y no debería sorprendernos si el día después de la crisis China aparece como un ganador y Estados Unidos como un perdedor.”
Por otra parte, autores como Carreiras y Malamud han señalado otra posible derivada de la actual situación, como, en ausencia de liderazgo político, son las instituciones técnicas las que pueden llegar a imponerse, tanto a nivel nacional como internacional. “La cooperación técnica – escriben- demostró ser más útil y más efectiva que la cooperación política…la bifurcación entre las dimensiones política y técnica puede dar lugar a una globalización desacoplada, en la que las esferas de influencia de Estados Unidos y China no se distinguirán por alineamientos ideológicos, sino regulatorios, con estándares técnicos y desarrollos tecnológicos incompatibles. Podemos estar en camino a un mundo dividido no entre liberalismo y autoritarismo, sino entre algo como ‘Mac y PC’ ” (Carreiras, Helena; Malamud, Andrés, 2020).
Por otra parte, relacionada con este tecnificación de las alternativas que se nos presentan, está la cuestión de la emergencia de la sociedad civil organizada. “La recuperación de la crisis del coronavirus puede generar una sociedad con organizaciones más estructuradas- escribe en este sentido Andrés Ortega-, quizá esta vez más verticales y jerarquizadas, que realmente sepan (y se les permita) canalizar realmente demandas concretas y accionables a las altas esferas públicas de decisión. Esto puede llevar a un mayor acercamiento entre el Tercer Sector (organizaciones ciudadanas, ONG, fundaciones, etc.), el Tercer Pilar, como lo llama Raghuram Rajan, y el poder público. Primero, porque el sector público se ha visto sobrepasado en sus capacidades para gestionar una crisis de tal calado (sin alternativa porque el privado no lo era). Segundo, porque las estrategias nacionales requieren de una implementación también a nivel local, acordada y coordinada para conseguir los resultados esperados de forma más rápida, y para ahorrar en costes de transacción”(Ortega, 2020). Resumiendo, tendríamos, por consiguiente, tres posibles escenarios: 1/la sustitución de Occidente y EE.UU. por Oriente y China; 2/la dispersión del poder geopolítico y 3/ la aceleración del papel de organizaciones y poderes no estatales y del sector técnico y empresarial.
Si bien durante la crisis del coronavirus esta tercera tendencia sobre el posible papel creciente de organizaciones e instituciones privadas de carácter técnico en la gestión pública puede estar fundamentada por hechos y actuaciones de algunas fundaciones y empresas privadas, no parece estarlo tanto si analizamos el comportamiento de las instituciones internacionales de carácter especializado, comenzando por la propia Organización Mundial de la Salud, cuya actuación no parece haber sido demasiado efectiva.
Andrés Ortega escribe, más como una esperanza de que así suceda que como una predicción que “no cabe descartar un nuevo internacionalismo como el que intentó, pero no consiguió, Woodrow Wilson y que Franklin D. Roosevelt sí logró poner en marcha antes incluso de que terminara la Segunda Guerra Mundial, y que parta de la salud”, pero la verdad es que, como reconoce el propio Ortega, en esta crisis, la ONU ha estado completamente ausente. “Sólo una recuperación de la confianza entre las grandes potencias podrá poner en marcha la centralidad de su Consejo de Seguridad. La OMS se ha demostrado insuficiente, es necesario un Sistema Global de Salud” (Ortega, 2020). El problema es que ese sistema continua siendo dependiente de los poderes reales ejercidos por los Estados y las grandes potencias, por lo que la agenda de reformar las prioridades y las estructuras de las entidades multilaterales y globales puede no situarse en el orden del día de nuestros dirigentes.
Tampoco parece ejemplar el comportamiento de las instituciones de gobernanza económica internacional. “El virus- como ha señalado John Gray- ha dejado al descubierto puntos débiles fatales del sistema económico parcheado tras la crisis financiera de 2008. El capitalismo liberal está en quiebra”(Gray, 2020) y será “necesario buscar una restructuración del sistema impositivo, un nuevo mix más justo, dentro de cada país y entre los países (paraísos fiscales, incluidos los que se dan en la UE)” . Pero esto ,como afirma Andrés Ortega “no es posible en un contexto de movilidad del capital facilitado por las nuevas tecnologías sin fuertes instituciones transnacionales” (Ortega, 2020). En su opinión “la crisis está poniendo de relieve la necesidad de una gobernanza (nacional, internacional y global) multinivel o inductiva, es decir, más compleja, con diversos actores –Estados y organizaciones de Estados, empresas, ciudadanos, ONG, etc.–, participando en ella, pues lo público por sí solo no basta” (Ortega, 2020). Pero ello, de nuevo, no deja de ser sino una opinión normativa y prescriptiva más que una predicción o una prognosis basada en hechos objetivos. Más una pretensión que una explicación.
Como he señalado, una de las líneas de reflexión sobre nuestro futuro geopolítico apunta a que la decadencia americana puede llevar a un cierto equilibrio desordenado de potencias de grado medio, a una “aceleración del desorden global”. “Aunque el poder es algo también relativo, en términos absolutos-escribe Andrés Ortega- todas las potencias o grupos de potencias, van a salir debilitadas de esta crisis. Podemos asistir a una mayor o menor competencia geopolítica, pero basada en potencias más débiles, con tentaciones, quizá, pero con menos capacidades de actuar por sí solas” (Ortega, 2020).
Todas estas posibilidades están abiertas; y, por ahora, se nos presentan como igualmente inciertas. La ignorancia sobre “quién gobierna el mundo”, que se ha comentado a lo largo de estas páginas no puede estar, por tanto, más de actualidad. La dispersión del poder en la respuesta al coronavirus sería, en este sentido, una ejemplificación típica del paradigma de una modernidad ignorante que desconoce su futuro y lo sabe.
2.-¿CAMBIO EN NUESTROS SISTEMAS SOCIO-POLÍTICOS Y EN NUESTRAS FORMAS DE VIVIR?
En las conclusiones hacia referencia a esa ignorancia del homo ignorans que tiene que ver con los dispositivos que se interponen, cada vez más, entre el ser humano y la segunda naturaleza artificial . La tecnología se le ha escapado de las manos, lo que explica ciertos temores a que nos dominen los robots y la inteligencia artificial en un mundo digitalizado. Ya hemos visto que los efectos del coronavirus sobre nuestras formas de vida pueden ir precisamente en ese sentido; en el de fortalecer las relaciones digitales a distancia y la automatización. Otra consecuencia de la actual crisis podría ser, junto a la generalización de los procesos de teletrabajo y tele-amistad o incluso de tele-amor, la del incremento de la automatización de los procesos productivos impulsada por las medidas adoptadas ahora para evitar la estrecha interacción humana en ciertas cadenas de producción.
Todo ello tendrá un impacto en nuestra vida cotidiana, en nuestras formas de vida. La flexibilidad y la impermanencia presentes en nuestras vidas de la que se trataba en el capítulo IV (auspiciada por la velocidad de los cambios en las relaciones sociales y la aparición de nuevos campos de ignorancia sobre nuestro destino individual; en el trabajo, en la familia, en el ocio, en la comunidad de pertenencia) pueden verse afectadas por el nuevo escenario.
En relación con los posibles cambios en nuestros sistemas sociopolíticos y en nuestras formas de vida, hay que plantearse la posibilidad de que el protagonismo inevitable de los sistemas públicos de sanidad y seguridad (sistema de salud, policía, ejercito, administración pública) en la lucha contra el coronavirus lleven a una mayor socialización de la economía; y a que se produzca, asimismo, una contradictoria tendencia también en este ámbito: Por una parte, pueden darse mayores poderes estatales, pero, por otra, podemos asistir también a un incremento del papel de organizaciones intermedias, (empresas, fundaciones, ONGs); es decir, a una autentica socialización del poder (no a una simple estatalización), que ponga en cuestión la capacidad de las actuales democracias parlamentarias, tal como las conocemos, para gestionar la competencia y la discrepancia en el nuevo juego socio-político resultante.
En los capítulos I, II y III se hacía referencia al incremento del descontrol derivado de la crisis de la democracia representativa, la compleja geopolítica y geo economía mundial, la dispersión global de la propiedad de la información y de los datos; y, en general, al crecimiento de los entornos de incertidumbre y de la ignorancia sobre nuestro futuro; un desconocimiento al que no es ajena la ignorancia sociológica -el reconocimiento de los límites de las ciencias sociales-, ni el hecho de que ahora en mayor medida -debido al alargamiento del espacio y del tiempo- las sociedades actuales desconozcan su propio pasado mas que otras sociedades anteriores. Todos estos factores nos llevan a preguntarnos en qué extensión los cambios ocasionados por la pandemia del covid-19 pueden afectar a nuestro control/descontrol, conocimiento/ignorancia de aspectos centrales de nuestros sistemas de convivencia y de nuestra vida cotidiana.
Un proceso de digitalización, automatización y fragmentación de la vida cotidiana
“Nuestra vida va a estar más limitada físicamente y a ser más virtual que antes -escribe John Gray- Está naciendo un mundo más fragmentado, que, en cierto modo, puede ser más resiliente. La tecnología nos ayudará a adaptarnos en nuestras presentes condiciones extremas. La movilidad física se puede reducir trasladando muchas de nuestras actividades al ciberespacio. Es posible que las oficinas, los colegios, las universidades, las consultas médicas y otros centros de trabajo cambien para siempre”. En su opinión, se está produciendo un hecho sorprendente: “Las comunidades virtuales organizadas durante la epidemia han hecho posible que la gente llegue a conocerse mejor que nunca” (Gray, 2020).
Andrés Ortega coincide también con este análisis ,ya que “las políticas de confinamiento y de teletrabajo han impulsado la digitalización y la alfabetización digital en muchas personas” lo que, en consecuencia, “puede suponer cambios permanentes en los hábitos y organización del trabajo” (Ortega, 2020). La pregunta, no obstante, es si de verdad, como de manera optimista piensa Gray, nos vamos a “conocer mejor que nunca” o si, por el contrario, la digitalización contribuirá a la “despersonalización” y la “fragmentación” social en compartimentos estancos de intereses.
Otro aspecto de los nuevos comportamientos que puede generar la pandemia del coronavirus es el señalado por Ivan Krastev (2020); el Covid-19 – escribe- “tendrá un fuerte impacto en la dinámica intergeneracional. En el contexto de los debates sobre el cambio climático y el riesgo que presenta, las generaciones más jóvenes han criticado a sus mayores por no pensar seriamente en el futuro. El coronavirus revierte estas dinámicas: ahora los miembros mayores de la sociedad son mucho más vulnerables y se sienten amenazados por la renuencia visible de los millennials a cambiar su forma de vida”.
En todo caso, no le faltan razones a Zizek (2020) para señalar que “no debemos emplear mucho tiempo en meditaciones espirituales sobre la nueva era, sobre cómo «la crisis del virus nos permitirá comprender como son realmente nuestras vidas «, etc. La verdadera pregunta será: ¿qué forma social reemplazará al orden liberal-capitalista del Nuevo Mundo?
Un proceso de socialización
Si bien, como ya he mencionado, podemos asistir a la desestatalización de la gestión publica (mediante la participación de organizaciones no gubernamentales, ONGs, fundaciones y grandes empresas privadas) en la producción de bienes y servicios públicos, al mismo tiempo parece existir coincidencia entre los analistas en el hecho de que si la situación de paralización e hibernación de las economías, debida al confinamiento sanitario, se prolonga muchos meses “el cierre exigirá una socialización de la economía aún mayor. Para salir del agujero vamos a necesitar más intervención estatal, no menos, y además muy creativa” (Gray, 2020).
“Estamos viendo ya- escribe en este sentido Andrés Ortega- una acción de los Estados para salvar empresas. En algunos casos estratégicos, podría acabar en nacionalizaciones, para salvarlas o para evitar que se hagan con ellas capitales extranjeros no deseados aprovechando su debilidad. Es algo que contemplan, entre otras, las medidas españolas. Todos están tomando medidas para flexibilizar y facilitar los créditos” (Ortega, 2020). En su opinión hay ya “un regreso del Estado, de lo público, del Estado de bienestar como colchón y de las políticas públicas. Tanto para luchar sanitariamente contra la enfermedad, como para ofrecer un colchón para los que pierden actividad e ingresos, como para salvar la viabilidad de empresas y del sistema económico” (Ortega, 2020). La paradoja de la Gran Recesión de 2008 -escribe a este respecto Ivan Krastev- “es que la desconfianza en el mercado no condujo a la demanda de una mayor intervención del gobierno. Ahora, el coronavirus traerá el Estado de vuelta a lo grande. El Covid-19 hizo que las personas confiaran en el gobierno para organizar su defensa colectiva contra la pandemia, y confiaran en el gobierno para salvar una economía en decadencia”.
La forma en que estos procesos afecten al incremento de la ignorancia o del conocimiento social sobre aspectos básicos de nuestras vidas dependerá del grado de transparencia y competencia de y entre estas organizaciones sociales; y de la adaptación de los sistemas de las democracias liberales para controlar los nuevos poderes estatales y dar juego a los nuevos poderes sociales.
Cambios en la democracia, la libertad y la privacidad
Con ocasión de la pandemia del Covid-19 pueden tener lugar cambios en los sistemas democráticos, que no solo afecten a la estatalización o socialización de aspectos básicos de nuestras vidas, sino también a la libertad de expresión y a la privacidad, derivados de los nuevos poderes otorgados a los gobiernos para el control de la pandemia mediante la cibervigilancia de los ciudadanos, las aplicaciones informáticas de supervisión de la red de internet y los teléfonos móviles. “Qué parte de su libertad querrá la gente que se le devuelva pasado el pico de la pandemia, es un interrogante aún sin respuesta” – escribe John Gray-, pero bien podría ser que la respuesta fuera la de elegir “un régimen de biovigilancia en aras de una mejor protección de su salud” (Gray, 2020). Andrés Ortega se refiere a esta tendencia como el posible desplazamiento hacia un “reforzamiento del tecno autoritarismo”. Un proceso que podría tener lugar “al amparo de unas medidas de control personal para el seguimiento del virus, con pérdidas de privacidad e instrumentos de control no temporales, sino más definitivos” (Ortega, 2020).
Carreiras y Malamud concuerdan con esta idea de que “la pandemia fomentará el fortalecimiento del poder estatal”. Estos autores subrayan que hay dos tipos de poder que pueden verse incrementados: el despótico y el infraestructural. “El poder despótico es la capacidad del Estado de actuar coercitivamente sin restricciones legales o constitucionales. El poder infraestructural es su capacidad de penetrar en la sociedad y organizar las relaciones sociales. Una vez más, se trata de la distinción entre el poder sobre los demás y el poder con los demás”. Los estados que serán más efectivos serán en su opinión “aquellos que antes operen con una apertura inteligente, y no aquellos que mantengan el cierre de manera más marcial” (Carreiras, Helena; Malamud, Andrés, 2020). Las sociedades más efectivas también serán las que acierten en encontrar formulas de socialización competente, no necesariamente estatal, en la gestión de los bienes públicos esenciales.
La otra cara del fortalecimiento del poder es la que tiene que ver con el debilitamiento del contra-poder, es decir, con la crisis de la prensa y de los medios de comunicación independientes, otra de las terribles consecuencias de la actual pandemia . Andrés Ortega escribe a este respecto que se puede producir un “debilitamiento de la prensa independiente (el Cuarto Poder, esencial en democracia), que ya venía de antes (crisis del 2008 y competencia de Internet) debido a la brusca caída de la publicidad a favor de los Estados/gobiernos y del Quinto Poder, las redes sociales y plataformas asemejadas, en las que se puede reforzar la desinformación” (Ortega, 2020). De que estas tendencias sean contrarrestadas o no dependerá en gran medida la evolución del factor ignorancia en las sociedades post-coronavirus.
3.- ¿ cambio de mentalidad y de paradigmas ideologicos?
Las cuestiones formuladas hasta ahora nos llevan a plantear una última interrogante sobre los cambios que estos procesos pueden tener en la mentalidad y en los paradigmas ideológicos de las sociedades actuales. En síntesis, habría dos ideas (dos cuestiones abiertas) , expuestas ya en este libro y que parecen salir reforzadas con las posibles consecuencias de la crisis representada por la pandemia del coronavirus. Por un lado, la que se refiere a una conciencia generalizada sobre el final de la idea de progreso (la pandemia del coronavirus ha dejado claro que la civilización puede enfrentarse, efectivamente, a peligros desconocidos que la hagan retroceder); y , por otro, la idea derivada de la conciencia de este riesgo, la idea de la necesidad universal de la confianza no solo en los expertos (médicos, biólogos, virólogos, informáticos, etc) sino de unos países en otros; una confianza que, inevitablemente, se tiene que dar en circunstancias en que el conocimiento directo y seguro del objeto de esa confianza no puede producirse, es decir, en contextos de crecimiento de los campos de ignorancia.
En medio de la incapacidad de explicar satisfactoriamente lo que nos sucede cobran vigencia también perspectivas sociológicas como las de Bruno Latour y su teoría del actor-red ,en las que se plantea que para comprender el mundo humano hay que dar un papel de agente activo a la materialidad a la que se enfrenta nuestra acción y, especialmente, a la naturaleza. Latour (2020) ha señalado que la crisis del coronavirus es un ensayo general para el inminente cambio climático, que es «la próxima crisis, aquella en la que las condiciones cambiantes de la vida planteará desafíos para todos nosotros, así como todos los detalles de la vida cotidiana que tendremos que aprender a resolver con cuidado”. En su opinión, en medio de la crisis ecológica global y duradera, el nuevo coronavirus nos impone «la comprensión repentina y dolorosa de que la definición clásica de sociedad humana entre sí, no tiene sentido». “El estado de la sociedad depende en todo momento de las asociaciones entre muchos actores, la mayoría de los cuales no tienen formas humanas. Esto es cierto para los microbios, como lo conocemos desde Pasteur, pero también para Internet, la ley, la organización de hospitales, la logística estatal y el clima”. Esta es también la opinión de Slavoj Zizek (2020) para quien “la epidemia es una combinación en la cual procesos naturales, económicos y culturales se encuentran inextricablemente entremezclados”. El problema es entonces el de responder a la pregunta de cómo podremos acertar a descifrar lo inextricable, esa complejidad de interconexiones entre lo humano y lo material.
La globalización del riesgo y la necesidad universal de la confianza
En estas páginas he venido insistiendo también en la importancia de la aparición de nuevos peligros creados por el propio ser humano; de los riesgos que comporta su acción tecnológica sobre el medio ambiente, como expresión de nuevos campo de ignorancia. A este respecto he señalado que, paradójicamente, el aumento de la especialización y la multiplicación de informaciones, conocimientos y datos estaría generando simultáneamente un incremento de la percepción de ignorancia de los agentes sociales y de la necesidad de confiar en los sistemas expertos –los especialistas- que producen el saber. Vivimos cada vez más, como ha señalado Giddens (2007), en mundo de incertidumbre manufacturada o en palabras de Beck (1988), en una sociedad del riesgo, términos estrechamente asociados al de ignorancia.
En este sentido subrayaba como en las sociedades actuales se mantienen sentimientos encontrados de seguridad e inseguridad respecto a la gente común, los especialistas ,los sabios ignorantes en todo lo que no sea su campo de especialización -según la caracterización que hace Ortega y Gasset sobre el hombre de nuestro tiempo (1966)- . También he comentado, siguiendo las reflexiones de Beck como el riesgo y los peligros de la modernidad, al contrario que las antiguas divisiones económicas de clase, son democráticas, afectan en principio a todos por igual. La gestión del riesgo se convierte en un elemento esencial de estructuración social.
La tendencia habitual de los gobiernos y de los poderes públicos ha sido tradicionalmente la de disminuir la sensación pública de preocupación y miedo frente a los peligros de las sociedades modernas, sin embargo ahora, con esta crisis del coronavirus, como ha señalado Ivan Krastev (2020, puede suceder justo lo contrario: «No entres en pánico» es el mensaje equivocado para la crisis de Covid-19. – afirma Krastev- . “Para contener la pandemia, las personas deberían entrar en pánico, y deberían cambiar drásticamente su forma de vida. Mientras que todas las crisis anteriores del siglo XXI – 9/11; la gran recesión; la crisis de los refugiados, fueron impulsadas por la ansiedad, esta es impulsada por el miedo puro. Las personas temen la infección, temen por sus vidas y por la vida de sus familias”. “¿Pero por cuánto tiempo la gente podrá quedarse en casa?”, se pregunta.
Otra de las conclusiones de la Modernidad Ignorante es la de que el homo ignorans, el arquetipo de nuestras sociedades actuales, como todo ser humano, posee una ignorancia filosófico-científica (inerradicable), pero, al contrario que gran parte de sus ancestros, tiende a ser más consciente de esta carencia (a vivir sin religión). Esta mayor conciencia de la ignorancia constituiría así uno de los rasgos propios de su epistemología. La oferta de Descartes (1939), de ofrecer todo lo que sabía a cambio solo de la mitad de lo que ignoraba , cobraría su pleno sentido para él. Conocer es hoy para este sujeto, más que nunca, saber ignorar.
El brote de coronavirus y sus consecuencias sociales y de salud asociadas, que comienza a ser considerado por los analistas como uno de los eventos sociales más importantes en la vida humana en el siglo XXI, enfrenta nuevamente a ese homo ignorans con un futuro desconocido y pone en cuestión sus creencias y sus descreencias. Como ha señalado Kaleteh Sadati, “lo que hizo que este brote fuera diferente es la sensación mundial de fragilidad de la vida biológica humana y su demanda de una sociedad estéril, a salvo de cualquier peligro. El sueño de la sociedad estéril se basa básicamente en la demanda humana por la eternidad” (Ahmad Kalateh Sadati, 2020), es decir, el anhelo de permanencia y de seguridad.
Matthew Stadlen (2020) nos recuerda, en relación con lo anterior, como Platón explicaba en su Protágoras que “a menudo damos un peso indebido a la perspectiva de una gratificación inmediata, en detrimento de un bien más distante pero más significativo”. En su opinión, “la mayoría de nosotros estamos cegados, diría que voluntariamente, por las trampas de nuestros estilos de vida. Priorizamos los viajes, el consumo de carne, la conveniencia y el dinero sobre nuestra seguridad y protección a largo plazo. El coronavirus no trata del cambio climático, pero es una advertencia que destruye nuestra arrogancia y constituye un recordatorio para todos nosotros de nuestra fragilidad comunitaria e individual frente a los desafíos de la vida y de la muerte”.
¿Se reforzará entonces con esta crisis nuestra identidad como seres que pueden convivir con la duda, la incertidumbre y la ignorancia, o volveremos a sustituir estas actitudes y sentimientos por creencias religiosas como en la antigüedad? ¿Saldrá reforzado el conocimiento provisional e incompleto de carácter científico o el conocimiento-sentimiento metafísico y religioso? Estas son de nuevo preguntas que no tienen respuestas por ahora.
Otra de las conclusiones de la modernidad ignorante respecto al carácter de nuestro tiempo, relacionada con la anteriormente mencionada, es la de la pérdida de fe ciega en el progreso y la desaparición de una gran narrativa histórica unívoca; la sensación de ignorar el futuro; de la cual el reconocimiento de los límites de la Sociología y de las prognosis social forma parte. Ello habría tenido como consecuencia la extensión de una epistemología del reconocimiento de la ignorancia y de la incertidumbre, que ha profundizado en el discurso de crítica de la razón realizado por Kant y en el discurso de la falsación de Karl Popper (1980). En este sentido el coronavirus nos enseña de nuevo- como apunta John Gray- “no solo que el progreso es reversible —un hecho que parece que hasta los progresistas han entendido—, sino que puede socavar sus propias bases. Por citar el ejemplo más obvio, la globalización ha traído consigo grandes avances; gracias a ella, millones de personas han salido de la pobreza. Ahora este logro está en peligro. La desglobalización en marcha es hija de la globalización” (Gray, 2020).
Por último, en relación con otras de las propuestas contenidas en el texto de la Modernidad Ignorante a propósito de la relación entre riesgo, ignorancia y confianza, el asunto es que ,como plantea Harari, “la humanidad afronta hoy una grave crisis, no solo debido al coronavirus, sino también por la falta de confianza entre las personas”; una falta de confianza que ha dado paso a una necesaria y casi automática necesidad de confiar en los técnicos. ¿Cómo afectará la actual pandemia del coronavirus a estos sentimientos de confianza. ¿Se reforzará la de carácter interindividual entre personas y la confianza internacional entre Estados-nación, o, por el contrario, seguirá creciendo unicamente la que otorgamos a los técnicos y a los científicos?
En opinión de Zizek (2020) debemos resistir “la tentación de celebrar la desintegración de nuestra confianza como una oportunidad para que las personas se autoorganicen localmente fuera del aparato estatal”, ya que “un Estado eficiente que ceda poder y que pueda ser al menos relativamente confiable es ahora más necesario que nunca”. En su opinión “ la autoorganización de las comunidades locales hará su trabajo solo en combinación con el aparato estatal … y con la ciencia”. Zizek afirma que “hoy nos vemos obligados a admitir que la ciencia moderna, a pesar de todos sus prejuicios ocultos, es la forma predominante de universalidad transcultural”, y que “la pandemia actual ofrece una buena oportunidad para que la ciencia se afirme en este papel”. Ivan Krastrev (2020)subraya también esta misma idea de la confianza creciente en los especialistas, en los técnicos, en los científicos: “En la crisis actual- escribe- el profesionalismo ha vuelto. La mayoría de las personas están muy abiertas a confiar en expertos y prestar atención a la ciencia cuando sus propias vidas están en juego. Ya se puede ver la creciente legitimidad que esto ha otorgado a los profesionales que lideran la lucha contra el virus. El regreso del Estado ha sido posible porque la confianza en los expertos ha regresado”.
“La historia indica- escribe en este mismo sentido Harari- que la auténtica protección se obtiene con el intercambio de informaciones científicas fiables y la solidaridad mundial. Cuando un país sufre una epidemia, debe estar dispuesto a compartir las informaciones sobre el brote con sinceridad y sin miedo a la catástrofe económica, mientras que otros países deben poder fiarse de esas informaciones y no repudiar a la víctima, sino ofrecer su ayuda” (Harari, 2020).
“Para superar una epidemia,- señala en otro párrafo- la gente necesita confiar en los expertos científicos, los ciudadanos necesitan confiar en las autoridades y los países necesitan confiar unos en otros. En los últimos años, unos políticos irresponsables han socavado deliberadamente la fe en la ciencia, las autoridades públicas y la cooperación internacional. Así que ahora nos enfrentamos a esta crisis sin ningún líder mundial capaz de inspirar, organizar y financiar una respuesta global coordinada”(Harari, 2020). La misma conclusión a la que llegaba-el lector lo recordará- el expresidente del gobierno de España, Felipe González (2019), al analizar los males de nuestro tiempo. Pero si ese es nuestro problema ¿A que se debe entonces que ese sea nuestro problema? ¿Deberemos confiar más en los técnicos y en los científicos? Esta parece ser la alternativa más razonable, pero por ahora hay más preguntas que respuestas, más ignorancia que conocimiento, respecto a este interrogante, y también en relación con la mayoría de las cuestiones que nos suscita la pandemia del coronavirus; lo que no debe preocuparnos en exceso, pues, al fin y al cabo, nuestro mayor tesoro de sabiduría siguen siendo, precisamente, nuestras propias preguntas, y la forma precisa en que acertamos o no a formularlas.
Agustín Galán Machío
Lisboa, 26 de Abril de 2020
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